
Puerto Varas es una pequeña localidad ubicada a orillas del Lago Llanquihue y refugiada tras Volcán Osorno, al sur de Chile. Cada año cientos de visitantes vienen a contemplar nuestro privilegiado paisaje, nuestra característica arquitectura alemana y a recorrer nuestras calles mejor pavimentadas.
“Rincones Urbanos” recoge, fotografía, lee, siente y descifra cada uno de estos lugares, cada rincón oculto en esta escarchada ciudad. Hace un recorrido turístico paralelo al convencional, una radiografía a la ciudad, rescatando todos aquellos lugares que si bien no son monumentos ni sitios de interés turístico, son rincones cargados de significado para todos quienes hemos vivido del aire puertovarino.
Esta sección está dedicada a todos ellos, a quienes esperan ansiosos rendir sus exámenes o la llegada de algún fin de semana largo para volver a fumarse un pucho en la línea, a aquellos que miran con nostalgia el sitio en que se desvelaron con sus amigos hace más de 15 años, a aquellos que en un futuro recorrerán estos rincones, y a aquellos para los que la estación es más que una estación y “el queso” es más que una escalera amarilla y agujereada.
Un homenaje a todos esos rincones, cuya supuesta insignificancia alberga nuestros más lindos momentos y calla nuestros más grandes secretos.
Estación
y línea: dos guaridas.
Si de los muchos rincones urbanos que
alberga esta melancólica ciudad, nos propusiéramos rescatar aquellos que
marquen de forma especial momentos y tendencias en la historia urbana reciente
de Puerto Varas, sin dudas mencionaríamos dos: la estación y la línea del tren.
Ambos lugares adquieren su importancia por
ser (o en el caso de la estación, haber sido) sitios de encuentro para muchos
jóvenes, cuyas horas e historias ahí acaecidas le otorgan a ambos sitios el
valor sentimental que hoy tienen para quienes pisamos estas tierras.
La
estación.
La estación de Puerto Varas fue construida
por los ferrocarriles del estado, con el fin de impulsar el turismo, actividad
de la que históricamente ha dependido nuestra ciudad. La actual biblioteca Paul Harris era la
estación terminal del Rápido de los Lagos hasta 1906 y poseía servicio de
Autotrén. En el año 2005 se remodeló la estación, y se inauguró una Sala
Cultural donde se efectúan exposiciones, y se trasladó hacia allá la biblioteca
municipal.
Sin embargo no es su relevancia histórica o
cultural la que hace de este lugar un rincón urbano.
La estación nunca logró establecerse con
fuerza como tal, por lo que su existencia se prestó para más diversas
actividades que la utópica espera de pasajeros por su tren.
Hacia el año 2006 la estación era el rincón
urbano del momento. Un sitio para pasar el rato con los amigos, agradable por
su resguardo y a la vez abrigo, ofreciendo techo pero en ningún caso paredes,
puertas ni nada que dificultara la entrada a quien quisiera desaparecer un
rato. Buena acústica para quien quisiese cantar. Buen aire para quien gustara
divagar.
Si bien la estación ha perdido gradualmente aquella magia que alguna
vez tuvo, actualmente no está 100% obsoleta. Gracias a la sala cultural y
biblioteca que ahí se encuentran, ha logrado acaparar, de vez en cuando,
amantes del arte, del yoga, de la danza o del cine, según sea la actividad que
ahí se realice.
Hoy, es también lugar predilecto para
skaters y bikers, quienes hacen de ella una verdadera pista para ruedas.
Y de vez en cuando, algún fumador
melancólico, camina por ahí.
Pero, si la estación dejó ser el lugar para
conversar y fumarse un pucho… ¿dónde se hace hoy? ¿Dónde se juntan después de
clases los jóvenes? ¿Dónde caen las colillas de sus cigarros? Para descubrirlo
basta con salir de la estación y caminar por los rieles del tren, hacia el sur.
La
línea del Tren.
El proyecto de construcción de una línea
férrea entre Osorno y Puerto Montt comenzó a discutirse en 1905, durante el
gobierno del presidente Germán Riesco, y fue aprobado a fines del 1906, siendo
presidente Pedro Montt. Consideraba un tendido de 126 km a ejecutarse en un
plazo de 5 años, a contar del 12 de Junio de 1907. La obra fue adjudicada a la
empresa de don Pedro Rosselot, contando con la participación de 500
trabajadores. Fue terminada el 15 de Octubre de 1911, iniciándose el funcionamiento
provisorio del ferrocarril. A fines de Julio del 1912 comenzó a operar el
transporte de pasajeros y al año siguiente el de carga. Lo que no sabía Germán
Riesco, Pedro Montt ni Pedro Rosselot era que lo que realmente estaban
construyendo allí eran sillas y ceniceros.
¿Hoy, la línea? Es cierto, no sirve de
nada. No lleva ni de allá para acá, ni de acá para allá. Ni personas, ni
cargas, ni personas cargadas, ni cargas personales. Es como una cicatriz en la
tierra, un meridiano visible o una escalera que no sube ni baja.
Generalmente, sobre los rieles pasan los
trenes. En Puerto Varas, sobre los rieles pasan historias. Se apoyan guitarras,
mochilas y diversos traseros. Los durmientes se transforman en ceniceros y la
vía férrea completa se transforma en un punto
de encuentro, de relajo y socialización.
Para parte de los jóvenes puertovarinos,
resulta casi imposible rechazar una invitación a la línea. ¿Por qué se comienza
a ir? Por rebeldía, por tradición, por imitación, por tirar pinta, porque no
hay dónde más. Para hacer hora o para deshacerse de las horas. Sea como sea, la
línea del tren es uno de los rincones urbanos preferidos.
A eso de las cuatro de la tarde, se puede
hacer un estudio sociológico observando la línea del tren. A ella acuden
principalmente germanianos e inmaculadenses, pertenecientes ambos a la especie
Homo Sapiens Sapiens, sólo que con distinto uniforme. Son ellos los más
fehacientes participantes, debido a la cercanía de la línea con sus colegios.
No obstante a ello, este rincón urbano no está absento de ser visitado por
alemanienses, puertovarienses, pedro aguirre cerdienses, entre otros. A lo
largo de los rieles, se forman diversos grupos.
La línea se divide en “a la derecha del
puente” y “a la izquierda del puente”.
Sentarse en la línea genera diversas
sensaciones. Eres libre de ir hacia la derecha, hacia la izquierda o sentarte a
estorbar a un ferrocarril que no pasará. Casi se puede sentir la infinidad
hacia ambos costados.
¿Pero por qué la línea, y no otro lugar?
Definitivamente, porqué ahí entramos todos.
La
Gruta.
La construcción de la anteriormente
mencionada línea férrea significó la completa destrucción de la que hasta
entonces era la gruta de Puerto Varas, ubicada al pie del Cerro Calvario. Por
esto, el 11 de febrero de 1911 se inauguró la nueva Gruta de Lourdes, que al
igual que la anterior, fue obra del Padre Duschl.
Al centro de la gruta se puede apreciar su
característica pileta, cuya belleza nos hizo famosos gracias a Colún durante la Teletón 2011. Además,
hay varias bancas, pasto verde, flores y árboles que hacen de este sitio algo
realmente agradable a la vista. Frente a la pileta, y un poco más arriba, está
la también clásica Virgen de la gruta, a la cual se le hacen mandas. Hace
varios años se le acusó a esta virgen llorar sangre, pero finalmente no eran
más que pequeños frutos maduros que caían en su cara producto de la temporada,
dando la impresión de que lloraba sangre.
La gruta ha debido ser restaurada en
más de una ocasión producto del descuido y delincuencia de la que ha sido
víctima, provocando que nuestra querida gruta falte a la estética, belleza y
cuidado que la caracterizan. Satisfactoriamente, ahora este descuido y falta de
estética se ha concentrado en forma de “mall”, librando de todo pecado
anti-estético a la gruta y tapándola a ella y a la Iglesia de cualquier
mirada que pudo haberse posado sobre ellas. Pero como está al lado y no encima,
esta vez no habrá restauración. Por lo menos ni Dios ni la Virgen nos van a ver
entrar al mall.
En fin, a lo que nos convoca: la gruta es
un centro de oración y agradecimiento a la virgen, pero no por esto es parte de
los “rincones urbanos” semi-tradicionales de nuestra ciudad. Es escala
frecuente en el trayecto desde el colegio hasta el preuniversitario de la “tía
Ceci”, y desde allí hasta el centro. Es también punto de encuentro si se va
desde el centro hacia arriba o desde arriba hasta el centro. No precisamente
por que sea indispensable pasar a rezar, sino más bien porque cumple con las
características de un buen refugio.
Sobre la pileta, el pasto, las bancas
y la Virgen hay
un espacio muy querido por los jóvenes. Entre los árboles y los arbustos
se han refugiado por años después de clases, ya sea a fumar un pucho, a
conversar, a correrse o el preferido de la gruta: demostrar el afecto mutuo
entre dos seres humanos, muchas veces faltando a la moral y a las buenas
costumbres. Lo bueno es que nadie puede reprocharte el estar en la gruta,
total, ahí se va rezar.
Plaza
La plaza de Puerto Varas
data de la última década del siglo XIX. Antiguamente, a su costado, se
encontraba la iglesia de la ciudad, pero tras su incendio en el año 1911 esta
fue trasladada al sitio en que se encuentra actualmente y que acabamos de
mencionar.
La plaza constituye un
punto neurálgico de la ciudad. Es lejos el punto de referencia más usado, la
pregunta por ubicación más frecuente de los turistas y una de las respuestas al
¿dónde estás? más utilizada. Una de sus calles que se encuentra techada, y ahí
se producen los principales eventos que se realizan en la ciudad (El Día del
Küchen, Conciertos Populares, Fiesta de Árboles de Navidad, Bierfest,
entre otros).
Hemos considerado la
plaza a la hora de integrarla a los “rincones urbanos”, ya que a pesar de ser
un sitio clásico y convencional de la ciudad ha sido también, por mucho tiempo,
un lugar de encuentro para los jóvenes puertovarinos, un rincón urbano.
La plaza ha tenido sus
bajos y sus altos, pero nunca ha dejado de estar vigente. Ha sido de los
bohemios por momentos, de los zorrones también, de amantes del skate o
bicicletas a ratos, e incluso en su momento fue el epicentro del ponceo pokemón.
El muelle
El primer muelle que hubo
en Puerto Varas data de los inicios de la colonización alemana, a fines
de 1850. Sin embargo, el muelle que hoy conocemos fue construido en los años 70
aproximadamente. Al costado izquierdo de este se incorporó el muelle de
madera, el cual es visitado por turistas y residentes para lograr una de
las postales más características y cotizadas de nuestra ciudad.
Actualmente, el muelle
constituye el epicentro de la farándula criolla, el lugar preferido para hacer
fotosíntesis los viernes en la tarde y el predilecto para los paseos familiares
durante el fin de semana. ¿Cómo no amar el muelle? Tiene bancas para quienes no
gusten de humedecer sus posaderas y pasto para quienes no gusten de un
respaldo. Tiene lugares a la sombra y otros al sol. Uno que otro artesano guapo
vendiendo aritos de cobre. La más amplia diversidad de especímenes observables
en esta pequeña ciudad. No tiene hora de apertura ni hora de cierre.
Y a pesar de ser un sitio establecido y clásico de la ciudad, es
sin duda de los rincones urbanos predilectos actualmente.
Es sin lugar a dudas uno
de los lugares con la más imponente vista que posee esta no tan imponente
ciudad. Ya sea para ver en el lago el reflejo de las nubes en el día, o
el reflejo de las estrellas y la cruz del cerro Phillipi por la noche; el
muelle posee por lejos la mejor ubicación para tal espectáculo.
El
Queso.
¿Qué hace que integremos esta casa de
huéspedes entre nuestros queridos rincones urbanos? Su peculiar escalera
amarilla y agujereada, características que han hecho que sea bautizada y
conocida hasta el día de hoy como “El Queso”. Un dato curioso es que fue apodada de esta forma por una alumna del colegio perteneciente a la generación 2011.
El Queso ha albergado por muchos años a los
pequeños escolares que se refugian ahí para esperar al furgón o a sus padres,
después de clases. Más tarde, el queso es invadido por jóvenes, quienes
hacen del éste un punto de encuentro y de conversación muy agradable por su
cómoda ubicación, sus múltiples escaleras y sus prácticos agujeros para
observar hacia la calle, que han hecho de este rincón urbano un clásico de
clásicos.
Los
“basureros” de madera.
Resulta casi imposible caminar por Puerto
Varas sin advertir la existencia de una gran cantidad de estructuras abiertas
de madera, similares a una caja, una jaula, o a un intento fallido de basurero.
La alternativa correcta es la última. Estos
misteriosos y surrealistas paralelepípedos que han colonizado la ciudad no son
más que un intento de llevar a cabo un Puerto Varas que limpio y que recicle.
Por esto, fueron instalados por toda la ciudad, desde el centro hasta el Parque
Ivian, pasando por Colón, Purísima y quién sabe dónde más. Es imposible
contarlos y no hay certeza de cuántos son, dónde quiera que se vaya siempre se
es sorprendido por más de alguno. Curiosamente, las estructuras fueron
construidas antes de recibir o siquiera ver el container de basura que sería
encajado ahí, por eso, cuando fueron recibidos se dieron cuenta de que las
medidas no coincidían…y ahí quedaron, hasta el día de hoy….¿vacíos?
¡No! No se puede desperdiciar tal proeza
arquitectónica, y los jóvenes puertovarinos se han encargado de ello. Si bien
algunos cajones han sido ocupados por basura, a pesar de la ausencia de
contenedor, otros han sido ocupado de manera más inteligente: como un rincón
urbano. Esto se ha dado de manera especial en los que se ubican cerca a
colegios o a la línea del tren, la madre de todos los rincones.
Se han transformado en perfectos asientos
para hacer hora antes de ir al preuniversitario, o simplemente para juntarse a
socializar o pololear después de clases. Su forma permite crear un grupo de
conversación no cerrado, pero casi. Siempre puede entrar más gente, y aún así
todos los integrantes se miran las caras. ¡Parecen como mandados a hacer!
Como dicen las abuelas, no hay mal que por
bien no venga.
Bibliografia
Entrevistas
con:
Sofia
Boegel Felmer
Adriana
Asenjo Boegel
Jose
Coronado Coronado
Charbel
Kauak
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